Estoy con mis amigos en un bar del centro. Muchas veces venimos aquí porque hay buen ambiente y los camareros ya nos conocen. Entre risas y anécdotas con los colegas, miro hacia el fondo y veo un grupo de chicas que parecen estarlo pasando muy bien. No paran de hablar, reír y hacer el tonto. Hay una que me llama la atención pero casi ni me atrevo a mirarla. Imagínate que cruzamos las miradas, me moriría de la vergüenza, así que me paso el resto de la noche disimulando y centrándome en mis amigos.
Al cabo de un rato salimos fuera del bar, hablando de ir a otro sitio donde se pueda bailar. Mientras decidimos qué hacemos, salen también las chicas y una le pregunta a mi amigo si conoce algún lugar para ir de fiesta. Vuelvo a mirar a “mi” chica de reojo y… me está mirando. Mi corazón se acelera y se paraliza a la vez. ¿Me ha visto mirarla? Por supuesto. ¡Mierda!
De repente se acerca y me pregunta si soy de aquí. Me quedo en blanco. Miro a otro lado y digo que sí… y nada más. En mi cabeza retumban las frases: “¡Habla, di algo interesante, joder!”. Pero no se me ocurre absolutamente nada. Los nervios me han secado la garganta y no puedo articular palabra. Me digo a mí mismo: “Parece seguro, no hagas el ridículo”, mientras los pensamientos me aplastan por dentro.
Finalmente, y al borde del ataque de ansiedad, les digo a mis amigos que tenemos que irnos ya porque habrá mucha cola. Insisto. Insisto demasiado. Y al final, a regañadientes, mis colegas me siguen. Nos despedimos de las chicas. “Mierda, mierda, mierda”.
Ginecofobia, venustrafobia, ansiedad de aproximación, miedo a la intimidad, ansiedad relacional con mujeres… Todos estos conceptos intentan describir lo mismo: la dificultad que experimentan muchos hombres a la hora de relacionarse con mujeres, hablar con ellas, ligar o simplemente acercarse.
Es muy habitual que vengan a terapia hombres que sienten este bloqueo. Algunos incluso han probado cursos, vídeos, tácticas o frases para “aprender a ligar”, pero descubren algo importante:
El problema no está en no saber qué decir.
El problema está en el miedo.
Un miedo profundo, intenso y paralizante.
Miedo a quedarte en blanco.
Miedo a hacer el ridículo.
Miedo a que se rían de ti.
Miedo a parecer inseguro.
Miedo al rechazo.
Miedo a no estar a la altura.
Este miedo no se calma aprendiendo técnicas. Se calma trabajando desde dentro.
Este miedo no surge de la nada. Si miramos un poco hacia dentro, hacia nuestra historia y hacia nuestra manera de ser, descubrimos que siempre hay motivos. Y es importante encontrarlos porque entender lo que nos pasa es el primer paso para poder sanarlo.
Muchos hombres se sorprenden de lo selectivo que es su miedo: no les da vergüenza hablar con amigos, en el trabajo, en reuniones o incluso en grupos grandes. Entonces, ¿por qué justo con mujeres aparece el bloqueo?
Hay varias razones posibles:
– Porque las relaciones afectivas tienen un valor emocional enorme para ellos y ponen mucha presión ahí.
– Porque su sensibilidad hacia el rechazo femenino les afecta más que una crítica laboral.
– Porque existe un deseo profundo de gustar y ser aceptado, y eso activa la ansiedad.
Y otras veces, el origen está en la historia personal. Experiencias que marcaron un antes y un después:
– Experiencias de rechazo o humillación.
– Inseguridad corporal o comparaciones constantes.
– Historia de bullying o burlas.
– Autoexigencia extrema: “Tengo que hacerlo perfecto”.
– Expectativas irreales sobre la masculinidad.
– Falta de modelos sanos o afectivos.
– Vergüenza aprendida desde la infancia.
– Sensación de no ser suficiente.
El origen puede ser uno, o varios.
Pero lo más importante que necesitas entender es esto:
No es un defecto.Es una herida emocional.Y se puede trabajar.
Lo primero que trabajamos en terapia no son técnicas de seducción.
Lo primero es aprender a regular el miedo.
Por eso empezamos con exposición gradual.
Afrontar de manera progresiva las situaciones que te activan.
Y aquí es clave entender algo:
El objetivo NO es ligar.
El objetivo es practicar.
Practicar mirar, sonreír, hablar, acercarte, sostener un silencio.
Sin buscar aprobación.
Sin buscar gustar.
Sin imaginar que tienes que ser perfecto.
Por eso usamos ejercicios donde no puede haber “éxito” como tal, para quitar presión:
– Pedir la hora a una chica que no lleva reloj.
– Pedir fuego a una chica que no fuma.
– Preguntar por una calle inventada.
– Sostener la mirada dos segundos y sonreír.
Lo que buscamos es que tu cuerpo aprenda que no te mueres.
Que no pasa nada.
Que puedes sostener la incomodidad.
También recomiendo escribir durante diez minutos al día los peores miedos que imaginas si te acercas a una mujer. Al sacarlos fuera, dejan de ser monstruos enormes y se vuelven manejables.
Aquí es donde está la parte más profunda, más transformadora y más importante del trabajo:
En terapia no repetimos “quiérete más”.
Trabajamos cosas concretas:
– Introspección.
– Autoconocimiento.
– Aceptación incondicional.
– Compasión hacia ti mismo.
– Proactividad.
– Responsabilidad emocional.
– Legitimación de tus emociones.
– Aprender a tratarte con respeto.
Muchos hombres con ansiedad frente a mujeres son extremadamente duros consigo mismos. Ese diálogo interno tiene que ser suavizado.
No para culpar a nadie, sino para entender por qué sientes lo que sientes.
A veces aparece un niño pequeño dentro de ti que:
– se sintió torpe,
– se sintió poco valorado,
– se sintió inferior,
– se sintió solo,
– aprendió a callarse,
– aprendió a esconder el miedo.
Cuando entiendes tu historia, tu miedo deja de ser un misterio y empieza a tener sentido.
Muchas creencias son absurdas… pero tu cerebro las vive como leyes:
– “Para gustar tengo que ser muy seguro, divertido y bacilón”.
– “Si me muestro nervioso me rechazarán”.
– “Si me quedo en blanco es el fin del mundo”.
– “Tengo que demostrar mi valor porque si no, no valgo”.
Las trabajamos una a una.
Hasta desmontarlas.
Esta parte es potentísima.
Dentro de ti hay un niño que aprendió a tener miedo porque nadie le enseñó a quererse.
Un niño que se sintió pequeño, vulnerable, culpable, avergonzado, inadecuado.
Y ahora, como adulto, puedes hablarle:
“No eres un desastre.
No es tu culpa.
Tenías miedo, estabas solo.
Estoy aquí contigo.
Te escucho.
No estás solo.”
Cuando ese niño interior deja de sentirse abandonado, la ansiedad baja.
Porque ya no luchas contra tu miedo: lo acompañas.
Sí. No es inmadurez. Es ansiedad social focalizada. Le puede pasar a cualquier hombre tenga la edad que tenga.
No. La ginecofobia es una fobia específica. La ansiedad de cortejo es situacional.
La ginecofobia implica un miedo intenso y generalizado hacia las mujeres en sí mismas, incluso fuera del contexto afectivo. En cambio, la ansiedad de cortejo aparece solo cuando hay atracción, interés o posibilidad de intimidad, y suele estar más relacionada con la autoestima, las experiencias previas y el miedo al rechazo que con la figura femenina en general.
Puedes mejorar, pero avanzarás mucho más despacio. En terapia avanzas acompañado y con herramientas reales. Además, evitas quedarte atrapado en los mismos patrones de siempre y aprendes a entender lo que te pasa desde la raíz, no solo a “aguantar” la ansiedad.
Porque tu sistema de alarma se activa. Es automático, no racional. En el momento en que percibes que “esto importa”, tu cerebro interpreta la situación como una amenaza emocional y corta el acceso a tus recursos. No es falta de habilidad, es un mecanismo de protección que se puede reeducar.
Si te has visto reflejado en este artículo y te gustaría trabajar tu historia, tus emociones, tus miedos y tu autoestima para relacionarte con mujeres de forma más tranquila y natural, puedo acompañarte.
No tienes que hacerlo solo.
Estoy aquí para ayudarte.
Este artículo resume una parte del trabajo terapéutico que se puede hacer cuando aparece el miedo a hablar con mujeres. Es una explicación simplificada. En consulta lo abordamos con más profundidad, con muchas más estrategias y herramientas, y siempre de manera individualizada, adaptándonos a la historia, la personalidad y las necesidades de cada persona.
Si en algún momento sientes que te gustaría iniciar este proceso, estaré encantada de acompañarte cuando tú lo necesites.
Helena Romeu Llabrés, Psicóloga clínica

Helena Romeu Llabrés
Psicología
Psicóloga clínica en el Centro Dr. Romeu i Associades. Especializada en desadaptaciones conductuales infanto-juveniles, adicciones, fobias y procesos de duelo. Formación en Hipnosis Clínica y Terapia Cognitiva.
Leer másManténgase informado sobre las últimas investigaciones en psicología.