Voyeurismo y pornoscopia. El placer de mirar
El Ángel y el Oso discuten acerca del señor M., antiguo industrial lechero, condenado a más de treinta años de reclusión por corrupción de menores. El buen señor, a sus setenta y más años, era un voyeur de pro, que, además, atraía a jovencitas con la excusa de filmarlas para películas educativas. En el registro efectuado en su piso se hallaron cientos de videos con jovencitas desabrigadas. Algunas de ellas inhalando cocaína. El ex-lechero argumentaba que filmaba los videos con intenciones moralistas, para mostrar al mundo lo abyecto de la droga y de la desnudez de las jovencitas. Tal sensata coartada no fue admitida por los magistrados.
Oso: He aquí otro caso de humano tarado, aparte de lechero atípico. Lo normal, en tales artesanos, es que sean condenados por aguar la leche y no por grabar videos de mocitas empelotadas, en funciones de drogadicción.
Angel: La justicia se ha mostrado bastante dura. El venerable anciano aseguraba que lo hacía con fines didácticos. Quería mostrar la parte más execrable del vicio para que los videntes, aterrados, salieran de la sala arrastrándose en busca de confesión.
O: Pues «¡Chapeau !» para los abogados que le aconsejaron tal línea de defensa. Me recuerda al duque de Feria aseverando que si desnudaba niñitas y las bañaba era porque le inspiraban ternura paternal y porque se habían tirado el chocolate por encima del vestido. Los manoseos, en estos casos, perseguirían fines higiénicos y serían expresiones de amor paterno. De padre incestuoso, se entiende.
A: Es usted demasiado malpensado. Resulta poco lógico que un grande de España, o que un gran industrial (que cabe concebir de derechas) mantenga intenciones tan poco edificantes como las que los jueces, en un exceso de rigor, han deducido.
O: Pero es que. al parecer, los videos decomisados nada tenían que envidiar a los que se expenden en los «sexshops», como no fuera porque el tamaño de la méntula del industrial (que también gustaba de aparecer en cueros entre sus pequeñas discípulas) dejaba mucho que desear, en cuanto a volumen, y también en cuanto a color, sobre todo si la comparamos con la de algunos especímenes exóticos habituales de tales videoproducciones.
A: Razón de más para no pensar mal. El industrial moralista aparecía mostrando sus repugnantes vergüenzas para provocar el asco y, por ende, la castidad de los potenciales videntes.
O: Las niñas, en cambio, aparecían alegres. Bien es verdad que algunas de ellas mostraban su alborozo tras inspirar unos polvillos blancos, en tanto que otras exhibían gran placidez tras inyectarse en las venas disoluciones de otros polvillos no menos sospechosos.
A: El fabricante aducía que tales polvos eran bicarbonato del más curativo y saludable que había hallado en las farmacias del barrio.
O: Puestos a aducir, podría haber aseverado que el agua en que se disolvían las partículas inyectables era auténtica agua de Lourdes, y, para mayor Inri, bendita. Ya le decía que la línea de defensa me parecía harto extravagante. Por otra parte, algunas de las niñas, con el tiempo, habían evolucionado hacia penosas degeneraciones.
A: Lo cual merece diversas interpretaciones. Podríamos creer que ello no es sino la demostración palpable de que se trataba de chicas intrínsecamente pervertibles, las cuales, tarde o temprano, habrían caído en el pozo.
O: Su jefe de usted dedicó severas admoniciones a los que escandalizaban y pervertían a los niños.
A: ¿Pero qué decir de las niñas morbosas, pequeñas Lolitas, capaces de enturbiar las almas de buenos cristianos que, en razón de su posición y su edad, merecerían mayores comprensiones por parte de los jueces?. ¿Quién escandalizaba a quién?. ¿Quién pervertía a quién?.
O: No, si acabará diciendo que el Duque de Feria era un casto abstinente que sucumbió a las mesalínicas artes de una pervertida Lolita de cinco años.
A: No me tiente.
O: Y el industrial lechero, por esa regla de tres, habría acabado escribiendo un devocionario con oraciones adecuadas para recitar en burdeles, y cuyo rezo, antes y después de las sevicias con las drogadictillas, infundiría las suficientes indulgencias como para que la exigencia del coito oral se interpretara a manera de acto misericorde calificado tal que dar de comer a la hambrienta.
VOYEURISMO y PORNOSCOPIA
El voyeurismo es una práctica en la que se obtiene placer a través de la observación de actividades sexuales, ya sea de manera abierta o secreta. Por otro lado, la pornoscopia es una práctica relacionada con el voyeurismo, en la que se busca el placer a través de la contemplación o lectura de material pornográfico. Es difícil establecer la diferencia entre lo pornográfico y lo erótico, y cada persona puede tener sus propios límites en este sentido. Por ejemplo, algunos individuos pueden sentir excitación al ver penes en un baño público, pero esto no necesariamente es considerado pornografía. En definitiva, los límites de lo que se considera pornografía dependen de las disposiciones legales y de cada persona en particular.
Uno de los puntos más turbios es la determinación de qué material es pornográfico, y cuál simplemente erótico. Un bujarrón voyeur, por ejemplo, puede tener suntuosas excitaciones entreviendo penes en un urinario público («pornoscopia evacuatoria», según Pellegrini). En cambio, nadie en sus cabales apreciaría que tales penes, por lo general encogidos y menguados, puedan ser exhibidos como pornografía per se. Los límites, como en tantas cosas, son los de cada cual, o los que las disposiciones legales aconsejan.
En el pasado, las personas adineradas compraban pinturas de famosos artistas que hoy en día parecen inocentes, pero en ese momento eran consideradas como la cúspide del erotismo perverso. Actualmente, las revistas y videos pornográficos están ampliamente disponibles en quioscos y tiendas especializadas, donde los consumidores pueden comprar revistas, videos, lencería y juguetes sexuales, y ver más de sesenta canales que proporcionan imágenes estimulantes a quienes buscan la excitación. Las películas abarcan todas las perversiones que no están prohibidas por la ley. Si las personas reciclara el semen en lugar de desecharlo, tendrían suficiente para cubrir las necesidades de todos los bancos de semen del mundo durante varios años. La pornografía es una afición principalmente masculina, aunque algunas mujeres prefieren películas e imágenes sugerentes en lugar de explícitas. A pesar de esto, las mujeres que disfrutan de ver videos pornográficos son tan entusiastas como los hombres.
El espionaje puede ser encubierto mediante ventanas interiores ocultas, y hoy en día se utilizan dispositivos de video encubiertos. Se recuerda un incidente en el que se colocó una cámara debajo del lavamanos en el baño de mujeres de una discoteca de pueblo, apuntando hacia el inodoro, lo que provocó la furia de un hombre que se encontró con el dispositivo.
Los agujeros en las paredes, los espectáculos de «peep show», entre otros, son otros sistemas interesantes para acceder a la mencionada «perversión». Algunas personas solo se excitan cuando creen que están siendo observados sin saberlo, mientras que en otros casos no importa. También existe un tipo de espionaje auditivo en el que se escuchan conversaciones íntimas, suspiros durante el sexo u otros sonidos que excitan al pervertido, como el sonido de los somieres del piso de arriba o las voces sugerentes de los vecinos en la habitación contigua de un hotel.
Uno de mis casos de observación personal, Ramón, profesaba un «voyeurismo» peculiar, junto a otra preversión que consideraremos más adelante: el trasvestismo fetichista.
A los cuarenta y cuatro años, Ramón era un hombre exitoso. Dirigía y era dueño de una empresa textil que, a diferencia de muchas otras, no estaba en crisis. Su compañía proporcionaba lencería fina, de alta calidad y diseño atrevido, a muchas cadenas de distribución que se centraban en el mercado de lujo. En Italia, la cuna del diseño moderno, los prototipos creados por la diseñadora en jefe de su empresa, su esposa Marita, eran muy valorados. Marita era capaz de superar a los mejores artistas de Milán cuando trabajaba en su Apple Macintosh.
Dios los cría y ellos se juntan. Ramón era un violento admirador de las lencerías desde su más tierna infancia. A los cinco años había sido sometido a acoso y derribo sexual por parte de una criadita de su familia, de unos dieciseis años, cuya excusa para someter al niño a los más lascivos tocamientos era jugar con él a disfraces. Ramón, Ramoncín en esa época, era confiado a los cuidados de la famulita, la cual se mostraba una verdadera artista en las artes de apaciguar cualquier vislumbre de llanto o rabieta. Ramoncín permanecía extático durante los inocentes juegos, y la familia no paraba mientes en elogiar las virtudes pedagógicas de la moza. Ramoncín, vestido con enaguas, saltos de cama, bragas de colores y otros tipos de saya que la niñera rescataba de los arcones domésticos, era a la par sometido a deleitantes palpamientos en su erecto penecillo, camuflado de miradas indiscretas por la desmesura de los sutiles ropajes. El implícito pacto entre el señorito y su doncella duró unos cuatro años, e incluyó, en las mejores ocasiones, tocamientos y maniobras más abundantes precedidos del desnudamiento de la doméstica, y en cuyos detalles no insistiré para evitar ser acusado de concupiscente por los más púdicos de mis lectores.
De cualquier manera, a lo largo de su vida, Ramón siempre sintió la necesidad de llevar ropa interior durante sus momentos de diversión y relaciones sexuales. Su esposa, Marita, encontró este comportamiento muy extraño desde el principio, pero también reconoció que Ramón era un buen marido, padre y un excelente administrador del negocio familiar. Marita había heredado la empresa de su padre y con sus diseños asistidos por ordenador y la hábil gestión de su esposo, habían convertido la empresa en una de las más exitosas del continente.
Pero, al cabo de casi veinte años de casados, Ramón acentuó, poco a poco, una curiosa derivación de su transvestismo. Raro era el día que no empleaba un sujetador u otro interesante adminículo de similares connotaciones (corpiños, ligueros, etcétera) ya desde primera hora de la mañana. Los llevaba disimulados bajo sus impecables vestimentas de marca, y doy fe de que ni el más suspicaz de sus enemigos, si los tuviere, hubiera conjeturado su presencia. Una ramificación más molesta consistía en su voyeurismo: una perentoria inclinación a clavar su mirada en los cuerpos femeninos, justamente en aquellas partes de las señoras más frecuentemente ceñidas por los ropajes interiores. Mientras lo hacía de soslayo en la calle, no pasaba nada. Más embarazoso resultaba cuando el persistente ojeo se producía en locales cerrados (un restaurante por ejemplo) o en reuniones sociales a las que hubieran acudido en virtud de sus aficiones (eran socios del Círculo del Liceo y del Club de Polo) o por razones de trabajo.
En más de una ocasión, algún marido escamado por la obstinación de Ramón en fijar su apreciativa mirada en las redondeces de una vecina de mesa, le había solicitado con mejores o peores modos que dejara de dar la lata, lo que provocaba redundantes incomodidades y avergonzaba a Marita hasta límites difíciles de soportar.
Debido a su comportamiento inusual, Ramón y su esposa Marita acudieron a mi consulta. En la primera entrevista, Ramón dejó claro que no estaba allí por elección propia, pero que esperaba que los médicos respetaran sus condiciones ya que él era quien pagaba. Afirmó que miraba a las mujeres por razones profesionales relacionadas con la ropa interior y que su tendencia a vestir ropa femenina era algo que no estaba dispuesto a cambiar. Creía que no hacía daño a nadie, especialmente a su esposa, quien ya estaba satisfecha con su vida sexual. A pesar de que algunos podrían desaconsejarle sus prácticas, él estaba demasiado acostumbrado para cambiarlas.
Los datos que hemos expuesto del caso nos los había explicado la mujer en una consulta previa. Poco más pudimos sacar a Ramón, que, como es lógico, no fue sometido a tratamiento alguno y que debe de ir paseando su arropada figura por reuniones y saraos, alargando el cuello para entrever los objetos de sus deseos. Espero que haya aprovechado nuestra recomendación de usar unas gafas de chulo, de esas que son espejos por la parte externa, las cuales le reducen la posibilidad de ser descubierto con los ojos en la masa.
Al parecer, Ramón encontró sus primeras excitaciones en el uso de lencería y encajes femeninos. Al principio, usaba estas prendas para mejorar su excitación en relaciones heterosexuales (fetichismo transvestista), pero ahora parece estar experimentando un cuadro obsesivo de voyeurismo. Siente una necesidad obsesiva de mirar los cuerpos femeninos, lo que no parece causarle excitación sexual sino una especie de alivio de su ansiedad. También se comenta la posibilidad de que experiencias sexuales a temprana edad puedan condicionar la expresión sexual en la vida adulta. Aunque no siempre se siente ansiedad en relación a los ataques sexuales en la infancia, parece ser que la aparición de trastornos sexuales en la vida adulta es muy común.
Cada apartado de «perversiones» está precedido por un diálogo entre dos personajes antitéticos, que nos sirve para subrayar cómo la realidad puede ser interpretada de maneras muy distintas. No nos afectan los hechos en sí, sino la forma cómo nosotros los vemos, como muy bien decía Epicteto, filósofo griego del siglo II A. J.C. y, además, estoico.
Mis personajes, el Ángel y el Oso, me fueron revelados mientras leía escritos relacionados con el «nonsense», estilo literario basado en el juego entre conceptos ilógicos, cuya cima yo sitúo en Lewis Carroll. En la revista periódica «Madrid Cómico» del siglo XIX se publicó este poema, paradigma también del nonsense patrio:
Un Angel en el cielo
pidió a San Agustín un caramelo,
y un Oso en la Siberia
mordió a un viajero y le rompió una arteria.
Los ángeles y los osos
han resultado siempre fastidiosos.
Cuando me topé con ambos personajes por casualidad durante uno de mis paseos por los Pirineos leridanos, quedé sorprendido. El Ángel había sido expulsado del paraíso por su irreverencia, pero el concepto de tiempo en la eternidad es relativo y su exilio parecía durar para siempre. El Oso también estaba allí exiliado debido a problemas con las mafias rusas. Escogieron los Pirineos españoles porque el país tiene una buena reputación entre ciertos grupos y porque las mafias rusas tienen poder allí. A pesar de su situación, ambos personajes contemplan el mundo desde su posición privilegiada en las altas cumbres y discuten pacíficamente sobre las noticias que les preocupan. Aunque el Oso disgusta al Ángel, no quiere cometer otra frivolidad empujándolo por un precipicio, y el Oso no quiere comprometer su posible entrada al cielo. Ambos son pacíficos por razones distintas, pero pacíficos al fin y al cabo.
Helena Romeu Llabrés
Formación académica
Formación específica en Hipnosis Clínica.
Gabinet mèdic i psicològic Dr. Romeu i Associades.
Título de experto universitario en Terapia Cognitiva.
Universitat Ramon Llull.
Licenciatura en Psicología.
Universitat Oberta de Catalunya.
Licenciatura en Ciencias de la Información, especialidad
en Publicidad y RRPP.
Universitat Ramon Llull.